La delincuencia pone en cuestión la soberanía del Estado, especialmente cuando las bandas u organizaciones criminales usurpan los dominios del Estado – el monopolio de la violencia y de la seguridad – o, por cualquier razón, incluso toman medidas ‘sociopolíticas’. La literatura narrativa se ha centrado durante mucho tiempo en estos delincuentes, que se forman en torno al narcotráfico y el contrabando, y la investigación sobre este género ha crecido considerablemente.
La novela Trabajos del reino (2003) del escritor mexicano Yuri Herrera llega al meollo de la cuestión sobre los factores de poder de la pequeña soberanía mediante la metáfora del rey, aplicada a un capo de la droga. Los regímenes neoliberales en América Latina, tal como lo sugieren novelas como la de Herrera, no solo forman el trasfondo, sino que son el caldo de cultivo para la delincuencia al propiciar la pobreza extrema. En efecto promueven modelos económicos de personalidad que abren perspectivas de ascenso social (Santos López 2021). Al mismo tiempo, a menudo se observa que las figuras del crimen organizado, quienes cuentan con poder financiero recién adquirido, se esfuerzan por reintegrarse a una sociedad económica burguesa.
La narcoliteratura llegó hace tiempo a la industria del entretenimiento audiovisual. Series como Narcos (2015-17) resultan reveladoras a la hora de caracterizar a los pequeños soberanos. Pero este es sólo el ejemplo más conocido.